De la tristeza y otros demonios

 

Estaba caminando cuando de pronto volvió, tocó la puerta de mi corazón y pude darme cuenta que estaba ahí, esperando que abra la puerta, como siempre, solo llega, sin avisar, sin un preámbulo o una llamada, tan solo pasa por mí y espera pacientemente a que me decida abrir, sabe que estoy dentro, jamás he sido buena lo suficiente para hacerle creer que no estoy, con el paso del tiempo he aceptado que es mejor no luchar con ella y dejarla pasar, total, ya nos reconciliamos, pero yo sigo algo temerosa de su llegada.

Abrí la puerta, como quien espera a una buena amiga, pasó y me miró a los ojos para adentrarse en mi ser, la he invitado a tomar un vino, mientras bebemos sorbo a sorbo, yo la miro impaciente a ver si se anima a hablar, pero ambas sabemos que quien empieza siempre soy yo: ¿Qué te trae por aquí? ¿Es por lo de estos días? ¿Hice algo “malo”? ¿Me falta algo? Son las interrogantes que me vienen para ver si salimos pronto de esto.

Se ha sentado en medio de este órgano que palpita dentro de mí y me responde: he estado lejana, ¿cómo imaginas que podría estar? Desde que hicimos la tregua yo he respetado nuestro acuerdo, y así he permanecido, mirándote a lo lejos, viendo dar pasos y hasta he visto que la alegría a bailado contigo este tiempo, a veces la melancolía ha entrado y has llorado, pero algo te detiene, la vergüenza, lo que dirán de ti, y con ello el temor, la duda, la incertidumbre de si mereces toda esa alegría que de pronto has desbordado, la culpa por ser feliz solo porque sí te invade, por eso estoy aquí, para hablarte sobre esas otras emociones o como tú los llamas: esos otros demonios.

Voy a responder a tus preguntas inmediatas –me dijo-, creo que la primera ya lo hice, la segunda, ¿te gustaría decirme qué pasó estos días? ¿Qué merece tanto mí presencia? ¿es tristeza lo que sientes o es otra cosa?

Pues creo que tristeza, creo, pero ya no estoy segura, creo que es vergüenza y hasta culpa –respondí-.

Entiendo, no soy yo, porque no está ocurriendo lo que tu ansiedad te ha susurrado incansablemente como una avispa volando sobre tu cabeza. La siguiente pregunta: ¿qué es hacer algo malo para ti? ¿Maltrataste un animalito? ¿robaste? ¿mataste? ¿lastimaste a alguien que te importe de alguna manera? ¿mentiste para conseguir algo de manera ilegítima? ¿qué tan malo es?

Mmm… pues no, nada de eso, así que malo, malo, no parece que hice. ¿parece? -me pregunta- pues si lo pones así, no, no es malo, es solo que mi ansiedad me ha dicho que no soy perfecta, que algo me falta, que no lo hago bien, algo más hay por hacer, y entonces, si es así, todo está mal, por eso la gente que amo se aleja de mí, porque yo erré en algo tan malo que merezco ser abandonada.

Ah ¡ahí es más claro y te entiendo. Abandonada. Claro que sí ¡haberlo dicho antes ¡

¿qué tal si lo llamo al abandono? Nos podría decir algo al respecto y capaz estos otros demonios ya tomen su lugar y la ansiedad, en especial ella, se callará, no tendrá argumentos. ¿estás de acuerdo?

Sí, dale.

Vuelven a golpear la puerta, y siento frío, mi pecho parece una gruta que en medio tiene un especio y de una de las paredes sale un chorro de agua cristalina que empieza a fluir y esta gruta se empieza a llenar, camino despacio porque siento que me voy a desbordar, llego a la puerta y la abro. Pasa, no te quedes afuera entre las plantas, hace frío y aquí estamos abrigadas. Ven.

Mientras pasa, mi gruta interior se ha detenido, ya no fluye agua y se sienta el abandono con la tristeza. Parece que se conocen.

Por supuesto que nos conocemos ¡¿te acuerdas la primera vez que nos conocimos todos? Ese día fue el más triste de tú vida, eso jamás se puede olvidar, lloraste mucho, yo estaba dentro de ti, y aunque eras una niña para entenderlo, yo ya me quedé contigo, sabía que un día nos conoceríamos más a profundidad, pero el abandono se presentó unos días después, cuando ya fue real para ti, no aceptable, pero real.

Yo, Rocío, les pregunto: ¿por qué causan tanto sufrimiento y dolor? ¿por qué cada cierto tiempo y en ciertas circunstancias se aparecen como fantasmas? Me asustan¡¡¡ mi cabeza no para de imaginar escenarios extensos y diversos, todos ellos sucediendo al mismo momento y es tan agotador, sufro demasiado, me canso.

No causamos sufrimiento –responde el abandono- pero sí provocamos que la gente huya despavorida, como si les fuéramos a matar, bueno, se le parece, pero no pueden morir. Has entendido desde tu racionalidad mi presencia, el abandono, entiendes por qué y cómo pasaron las cosas, las aceptas después de tanto tiempo ya es parte de tu consciencia, pero no de tu sentir, te sigues negando a dejarme habitarte aquí –señalando y tocando mi pecho como una daga que me atraviesa sin cortarme-

Me duele ¡no hagas eso ¡aquí dentro hay una gruta que se llena de agua cada cierto tiempo, se vacía cuando lloro, pero es inútil porque luego vuelve a llenarse y me angustia, si te dejo entrar no sé qué pueda pasar, no me atrevo, tengo miedo.

Bueno, llamemos al miedo, ¿no? –acota la tristeza- cómo, más demonios? –le replico-

Sí, tú los nombras yo los invito, ¿acaso no será esta una agradable fiesta para conocernos y hablar?

Te escuché decir ayer que tienes un nudo en la garganta, bueno, desnudémosle. jajajaja…

No es gracioso –le replico enfadada- pero ya, bueno, voy por el miedo. Abro la puerta, pero no hay nadie, debe ser que se escondió, después de todo es mi miedo y cuando lo experimento soy muy buena para huir, correr, abandonar el lugar y ponerme a salvo, pero ¿dónde puede estar?

Ah sí ¡en los pies, perdón, te he pisado, no te vi, ven, acá estarás mejor, la llevo donde la tristeza y el abandono. No temas, bueno, sí, solo no huyas, yo me haré cargo, ¿está bien para ti?

Me mira con recelo jamás me ha visto tan de frente, siempre a mis pies para poder correr, huir, donde no es vista, ¿quién mira los pies? Casi nadie a menos que sea un fetichista de pies, pero se camufla tan bien que hasta mis pies son hermosos y nadie notaría el miedo que experimento mientras quiero huir.

Bueno, estamos todos, creo.

No. Falta la vergüenza –me increpa la tristeza-

Ay ¡Mejor ya no rezongo, voy por ella también, afuera no queda nadie, ¿dónde está? No se me ocurre. Me rasco la cabeza, no la puedo ubicar, ¿dónde me escondería si tengo vergüenza o quiero ocultar algo? Recuerdo que, de niña, cuando vivía con mi mami, cuando yo hacía una travesura me escondía en un lugar donde ella no podría alcanzarme, ni siquiera con su mirada, era mi lugar secreto, algo peligroso, pero seguía siendo mi lugar seguro, mientras reía y me divertía por mi travesura, era una niña, no sentía vergüenza, pero si fuera ella, ahí me escondería de mí misma, fuera del alcance de mis manos, de mi mirada, de mi sentir, ya te encontré ¡estás aquí en mi espalda. Ven.

La tomo con mis manos y la llevo donde los otros: la tristeza, el abandono, el miedo, se les une la vergüenza.

Vaya ¡tremenda reunión que tenemos acá¡¡¡

Bueno, nos echamos un vino, creo que es justo y necesario, necesito apaciguar mi ansiedad que está en mi cerebro y habla demasiado, por ahora no tiene cabida en esta reunión, no es necesaria su presencia.

Empieza la vergüenza: es la primera vez que me descubres, pensé que nunca lo harías, llevo todo el peso de lo que fue, por eso estoy atrás, donde no me ves porque duele mirar lo que fue y lo que no pudo ser, crees que has dejado de ser la niña inquieta, valiente y osada, por una mujer seria, cerebral y temerosa. Te avergüenzas de lo que te has convertido, porque te has alejado de tu esencia, pero no es así. Solo que has puesto tantas capas que ni tu misma puedes llegar, se han endurecido de tal manera que parece que se ha fundido en ti como una sola carne, esa dureza que te ha permito sobrevivir en este mundo, pero ya creciste, no moriste, por lo tanto, ahora puedes hacerte cargo. Me has descubierto en qué parte he estado en tu cuerpo, te escucho respirar con alivio, ahora me puedo quedar aquí –señala y toca el centro de mi pecho- y ya veremos cómo caerán estos muros endurecidos de tu corazón. Por eso duele tanto cuando te toco.

Yo, no digo nada. No sé qué decir.

Sigue el miedo: si bien hemos sido expertas en huir, adelantándonos a lo que causa daño, eso estuvo bien por aquellos años de adolescencia donde era preciso correr y esconderse del depredador, la mayoría de veces lo logramos, otras, con mucho coraje, hay que decirlo, no pudimos soltarnos de su violencia, eso nos llevó con el tiempo a minar la ira contra el mundo, contra quienes no nos defendieron y era su deber, incluso culpándote a ti misma por ser como eres y quien eres, casi huimos de la vida misma, qué bueno que no lo logramos¡ sobrevivimos. Una vez más, déjame habitar aquí –vuelve a señalar mi pecho- prometo no llevarte a huir de la vida, ya no hace falta, solo abrígame porque el frío me hace tiritar hasta los dientes y todo lo que necesito es tu cuidado.

Sigo sin poder decir una palabra y dejando que entren como si fuera un vehículo a punto de partir con sus ocupantes.

Creo que no me hace falta decirte que soy el abandono, ahora mismo estás maquinando en tu cabeza por la ansiedad, que algo de eso puede suceder, alguien podría irse de tu vida, y tú no lo quieres, pero a la vez quieres salir corriendo tu primero antes de que suceda porque desde tan pequeña ya sabes cómo es vivir abandonada por los adultos, pero ya creciste, eres uno de esos adultos, ¿abandonarías a una niña como tú?

No, claro que no ¡

Entonces, déjame entrar y cuídame porque sabes perfectamente lo que puedes hacer, todo lo que necesitas lo sabes, nadie más puede saber lo que requieres, afecto, amor, caricias, compañía, calor, presencia, eso y más. ¿puedo entrar?

Sí, dale.

Miro a la tristeza, no me dice nada, se ha quedado muda de pronto, con una mirada perdida, pero qué ha pasado, por qué no me dices nada. ¿Qué miras?

Comienzo a mirar al horizonte y hay una sombra, me acerco más para ver, no, no, no.

La culpa. Se hace presente.

No me queda más remedio que abrirle la puerta y entra rápidamente, toma un lugar junto a la tristeza.

Le pregunto: ¿qué debo hacer contigo? Nunca he sabido qué hacer contigo, si hago algo me siento mal por hacerlo, si río, luego sé que debo llorar, si me divierto, luego debo pagar, y así, todo es así, por qué no puedo ser feliz y ya, sin tener que pagar un tributo por ser lo que soy, por sentir cómo siento, por qué apareces como un castigo, como si vivir fuera un castigo. Si algo no me sale eres un castigo que todos señalan, que no toleran un mínimo error de mi parte porque no esperan que yo falle, ni siquiera yo misma, no tolero fallas en mí, necesito tener la razón, ser infalible, elegir bien, no equivocarme y si lo hago enmendar sin que se den cuenta, trucar si es necesario para que no se decepcionen de mí, porque no puedo fallar. Qué carajos ¡

Y, ¿qué deseas? ¿Vivir con los demás dentro de mí? ¿Cómo se hace eso? Estoy enfadada sobremanera contigo ¡no ¡no vas a entrar, te quedas aquí en esta mesa, si quieres con la tristeza porque mi enojo no me deja mirarte más, estoy cansada de parecer infalible, perfecta, sin mancha y sin errores, pero la verdad es que todos los días miento, trato de ser eso que no soy, pero sí lo que los otros quieren, lo que necesitan con tal de que no me dejen, no me abandonen. Estoy harta, cansada de fingir y de callar, de no poder darle voz a lo que no quiero, a lo que sí deseo, a lo que no me gusta y lo que sí prefiero, de disfrutar a medias y en voz baja lo que yo soy por miedo a qué dirá el mundo si nos soy lo que quiere. Ya no ¡

La culpa no me dice nada. Me mira y siento que en su mirada me ha dicho todo esto. Se levanta y se va hasta fuera, prefiere estar mirando por la ventana, solo me dice: aquí, estoy mejor, desde aquí puedes hablar.

Hey ¡¿y, la tristeza? ¿qué pasó? ¿alguien la ha visto? ¿Acaso se fue? Acá dentro no está, me miro el pecho y, no, no está. Se ha ido. Así es ella. Tan solo se va.

Ahora me toca a mí irme con mis demonios, conviviremos un tiempo, la ansiedad se ha callado, se ha ido por el momento, mi cabeza está en blanco, pero mi corazón se ha llenado de esa agua cristalina donde habitan el miedo, la vergüenza y el abandono. Y ahí vamos, juntos, otra vez.

Con amor y sinceridad, 

Chío 



Comentarios

  1. Leyendote me acordé de algo que leí en el libro trauma, miedo y amor (F. Ruppert):"a menudo cuando es tocado por un trauma, el niño desarrolla como estrategia de supervivencia la rabia contra si mismo por estar necesitado de amor, detesta su dependencia, y ve su miedo y dolor como debilidad. Se culpa a si.mismo por no ser visto por sus padres, no fue lo suficientemente bueno, cometió una falta, no quiere lo suficiente a sus padres. A menudo se pone rabioso para no sentir su dolor por el abandono que experimenta". Es muy noble tu ejercicio seguro nos permite a las de uno aclararnos y compartirnos también.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias por leer hasta el final, me enriquece el alma escribir y que pueda llegar a otrxs. Un gran abrazo 😘

      Eliminar

Publicar un comentario